Palabras de Eduardo Jozami, Director del Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti
Hace 35 años, un día como hoy, el 25 de marzo, llegaba a este lugar el cuerpo de Rodolfo Walsh, probablemente ya sin vida. A pocos metros de aquí, allí en el Casino de Oficiales, fue visto poco después ya su cuerpo convertido en cadáver, y no sabemos exactamente lo que ocurrió después.Y tal vez no sea importante abandonarnos a esa búsqueda de hipótesis, una más macabra que la otra, porque Rodolfo Walsh está acá con nosotros.
Y está más que nunca ahora por este homenaje que se le rinde en esta presentación de su Carta de un escritor a la Junta Militar, seguramente el texto más importante de los que tienen que ver con la última dictadura militar argentina; pero también, sin ninguna duda, uno de los textos fundamentales de la literatura política argentina. Por eso consideramos que es muy importante esta iniciativa del Ente Público del Espacio para la Memoria y los Derechos Humanos; y nos parece que es particularmente significativo que esta haya sido una idea de León Ferrari, por lo que significa León Ferrari como artista para todos nosotros, por lo que significa para el movimiento de DDHH, y porque Ariel Ferrari, el hijo de León, pasó por este lugar y desapareció como tantos otros miles de compañeros.
Esto se puede hacer porque atrás de esa iniciativa, o, mejor dicho,adelante, estuvo Lilia Ferreyra, con el compromiso que tiene desde hace años por la memoria de Rodolfo, sabiendo que cuando se ocupa de la memoria de Rodolfo, se está ocupando también de los 30.000 compañeros desaparecidos.
Y por esta iniciativa trabajó y peleó y se ocupó mucho alguien que no puede asistir hoy a este acto, que es el Secretario de Derechos Humanos Eduardo Luis Duhalde. Seguramente todos nosotros seguimos desde hace semanas con ansiedad la evolución de su enfermedad, y seguramente puedo en nombre de todos los presentes y de muchos más decir que deseamos también con la misma ansiedad la pronta recuperación del Secretario de Derechos Humanos, quien desde hace ocho años viene encargándose de la política de Derechos Humanos más avanzada y más democrática que ha existido en la historia de este país.
Decíamos que el mejor homenaje que podíamos rendirle a Rodolfo aquí es reconstruir esta carta. Esta carta que nos muestra el texto en esa tipografía que muchos de los que estamos acá todavía recordamos, pero que tal vez para las jóvenes generaciones sea simplemente una curiosidad: los viejos tipos de las máquinas de escribir sobre los que tecleó durante tantos años un periodista y escritor incansable como Rodolfo Walsh.
Decimos que la Carta a la Junta es un texto fundamental y habría que recordar que Gabriel García Márquez, un hombre que no abusa de los elogios, calificó esta carta como una obra maestra del periodismo universal. Esto tiene su historia, porque desgraciadamente en ese mismo artículo de homenaje a Rodolfo que escribe García Márquez poco después de conocer la desaparición de quien había sido su compañero en la agencia Prensa Latina, en La Habana de los años ‘60, el novelista colombiano agrega: “y esa carta le costó la vida”. Y, seguramente, por el prestigio de García Márquez, por la difusión que tuvo ese texto, a partir de allí se hizo costumbre, durante años, asociar la desaparición de Rodolfo de una manera muy directa con el envío de la Carta a la Junta Militar.
En realidad no era difícil, si se analizaban las circunstancias, llegar a la conclusión de que era prácticamente imposible relacionar la detención con una carta que había sido enviada el mismo día por primera vez, depositada en un buzón unas horas antes de que Walsh cayera en la cita donde finalmente fue detenido, que hubiera sido como consecuencia de la lectura de esa carta que se hubiera montado el operativo para secuestrarlo. Pero más allá de estas circunstancias, de la necesidad, del afán de demostrar en estos casos hasta el extremo posible la veracidad de los hechos, hay una cuestión más importante que afortunadamente ahora ya ha sido aclarada. Es decir, esta carta no fue simplemente la expresión de un intelectual que salió a denunciar la dictadura militar y que por eso pagó con su vida; esta carta ha sido escrita por un militante político que durante años venía comprometiéndose en esta lucha, que integraba una organización que resistía contra la dictadura militar; y, entonces, evidentemente su caída tiene que ver con la tarea casi de desmantelamiento que en ese momento estaba llevando la dictadura con las organizaciones armadas.
Pero cuando uno dice que esta carta no fue simplemente la carta de un intelectual que salía a denunciar a la dictadura, al mismo tiempo tiene que decir que este texto del militante político Rodolfo Walsh se inscribe en la gran tradición de los intelectuales que salieron a comprometerse con la sociedad y con la política y llevaron adelante los grandes gestos de denuncia que la historia registra. Porque hay algo en esta carta que así como lo asocia con la tradición popular argentina -y uno piensa, por ejemplo, en José Hernández denunciando el asesinato del Chacho; como podríamos encontrar en la historia argentina muchas otras expresiones similares-, también tiene que pensar mirando al mundo que hoy le rinde homenaje a Walsh y que hoy ve con admiración lo que se está haciendo en Argentina en materia de DDHH, y lo que se está realizando aquí.También tenemos que decir que con esta carta Walsh se integra, se asocia, al linaje de los grandes intelectuales que a través de la historia salieron a denunciar las injusticias. Y uno piensa en Voltaire, doscientos cincuenta años atrás, protestando airado contra las arbitrariedades de la justicia de la monarquía francesa; uno piensa en Emilio Zola, levantando su acusación contra el antisemitismo que llevó a la detención del capitán Dreyfus; uno piensa en Jean-Paul Sartre, denunciando todo lo que tenía que ver con la guerra de Argelia; y entonces ve más claramente este carácter multifacético de la figura y de la obra de Walsh.
Y volviendo a la carta en sí, al texto de la carta, parece difícil que en esas pocas páginas que vemos aquí expuestas se haya podido sintetizar de manera tan admirable el proyecto de la dictadura militar, lo que la dictadura militar significaba en la política argentina: esa voluntad de transformación regresiva, que instaló consecuencias tan profundas, tan pesadas que recién estamos empezando a superar. Y al mismo tiempo también parece mentira que solamente un año después hubiera una comprensión tan clara, un conocimiento tan adecuado de los alcances de la política represiva que se estaba desarrollando.
No nos olvidemos, Walsh lo señala en su carta, que todavía en esos meses previos a la escritura de la Carta a la Junta Militar, había sectores políticos que decían que la dictadura no era tan dictadura; había otros sectores políticos que decían que los desaparecidos, bueno, tampoco estaba tan claro que lo que se decía. Y entonces Walsh sale a denunciar cualquier intento de evitar que tomáramos conciencia de la profundidad de lo que estaba ocurriendo en la Argentina de esos años. Y por otra parte señala con mucha claridad los verdaderos objetivos del golpe militar. Y él, que era militante de una organización guerrillera, de la organización Montoneros, que sufría en esos días por la caída de muchos de sus compañeros de militancia; que más, allá de todas las diferencias que puso en negro sobre blanco, se sentía orgulloso de su militancia, tenía la lucidez suficiente como para entender que la represión de esa organización guerrillera y de esos militantes no era el objetivo central de la dictadura militar.
Y entonces señaló dos cuestiones fundamentales. En primer lugar, les dice a los militares en esa carta: “Ustedes no voltearon a un gobierno, el de María Isabel Martínez, un gobierno del que ya formaban parte; ustedes quisieron evitar la posibilidad de un proceso verdaderamente democrático en la Argentina”. Y, en segundo lugar, dice que el verdadero objetivo del golpe, lo que explica en última instancia el golpe, es la política de hambre y de miseria que se quiere instalar en la Argentina. Y esto es particularmente interesante de señalar, porque la política económica del gobierno militar no estaba todavía plenamente desplegada, no revelaba todavía todos sus alcances, en marzo de 1977. Seguramente todos recordamos que al principio la dictadura intentó formar un amplio frente de empresarios como el que se había formado en febrero de 1976 para crear condiciones para el golpe; y que sólo más adelante Martínez de Hoz empezó a definir con más precisión los objetivos de política económica que iban a hacer cada vez más chico el espacio de los favorecidos por la política del gobierno de la dictadura militar. Pero un año después, ya Rodolfo puede advertir qué es lo esencial de esa política, y advierte que hay una revancha feroz que se descarga sobre los trabajadores. Una revancha que tiene que ver con la caída de nivel de los salarios, que fue del 40% en un solo año, pero tiene que ver también con los sindicatos intervenidos, tiene que ver con la situación que se instala dentro de las fábricas; tiene que ver con el clima de terror que lleva a impedir cualquier expresión de protesta y cualquier actividad sindical.
Podríamos seguir hablando mucho tiempo de la Carta a la Junta. En primer lugar, de su estilo. Rodolfo Walsh, en una entrevista que seguramente ustedes conocerán, que le hace Ricardo Piglia en los años 70, que después va a ser reproducida en muchas otras oportunidades, se refiere a cuál es el lenguaje adecuado para tratar determinados temas. Piglia le pregunta con cierta sorpresa por qué utilizaen esa serie de los cuentos de irlandeses, esos tres relatos que narran la experiencia de Walsh en un colegio para irlandeses donde pasó buena parte de su infancia y del cual quedó con marcas muy perdurables de esa experiencia, por qué utiliza un lenguaje por momentos tan altisonante, porque en última instancia son historias de chicos, pero ahí aparecen los guerreros, las fanfarrias, los tambores, las grandes palabras. Y él dice: “Bueno, porque es una historia de chicos; entonces como es una historia de chicos yo me permito usar las grandes palabras”. Y la Carta a la Junta Militar no es una historia de chicos, la cartaa la Junta Militar es un relato dramático, el más dramático que pudiéramos concebir. Es el relato de la historia de la represión más feroz sobre un pueblo, es el relato del intento de desintegración de una nación. Entonces Rodolfo Walsh utiliza ese lenguaje: duro, porque tiene que ser duro; severo porque tiene que ser severo; pero despojado, sobrio, porque así entiende él que debe escribirse cuando estamos en contacto con los grandes temas. Y no hay que sorprenderse, porque es el mismo Walsh de Operación Masacre, el mismo Walsh que contó el crimen más grande hasta ese momento Después quedó como un antecedente tímido, pero hasta ese momento era el crimen más grande que se podía concebir en la historia argentina, el fusilamiento sin proceso de civiles. Lo contó en forma de novela policial. No por casualidad cité Operación Masacre, porque Operación Masacre y la Carta a la Junta Militar de algún lado lo ubican a Walsh como abriendo y cerrando un período. Ustedes saben, Operación Masacre terminó siendo la saga de la Resistencia Peronista, a pesar que cuando fue escrita la obra, por lo menos la primera edición de la obra, el autor estaba lejos de considerarse peronista. Y la Carta a la Junta Militar se integra con Operación Masacre, y uno entonces puede decir que los textos de Walsh -recordemos Quién mató a Rosendo; recordemos el Caso Satanowsky; recordemos el cuento “Esa mujer”, a partir del cual nadie pudo escribir en la Argentina sobre Eva Perón sin tomar en cuenta esta imagen que nos había dejado Rodolfo Walsh, esta forma de registrar ese sentimiento ambivalente de la oligarquía argentina y del coronel secuestrador, de odio y al mismo tiempo de atracción ante la figura magnífica de Eva Perón. Entonces, uno dice: “Este es el gran cronista de la Argentina contemporánea”. Y qué suerte para la Argentina que este gran cronista era un escritor maravilloso. Cuando nosotros vemos hoy en los colegios cómo muchos chicos empiezan a escuchar la Carta a la Junta Militar, con el mismo desgano con que uno escucha todas las cosas que le leen los profesores, por lo menos cuando es joven -a veces después también, pero por lo menos cuando es joven-; y después de un rato empiezan a escuchar algo que es armonioso, agradable, atractivo y van interesándose, Decimos:“¡Qué suerte que el gran cronista argentino sea además un escritor maravilloso!”.
Mucho se ha hablado de la carta. Ya vimos que algunos la malinterpretaron, creyendo que era un gesto audaz, demasiado audaz tal vez, que le había costado la vida. Hay otros que tomaron en cuenta el tono de la carta, y nos hablan de un Walsh que ya parecía estar, no sé, tal vez resignado a lo que iba a ocurrir. Algunos avanzan más, y llegaron a decir que algo de suicida podía haber en esa carta. Se refieren al tono verdaderamente dramático que la carta alcanza por momentos. Otros dicen: “Bueno, eso es un testamento”. La verdad que en un sentido es un testamento, porque hoy nosotros, si nos preguntan cuál es el testamento político de Rodolfo Walsh, seguramente vamos a decir toda su obra, pero fundamentalmente la Carta a la Junta Militar. Pero todas estas consideraciones, que tienen su parte de verdad como decíamos, no pueden servir de ninguna manera para desdibujar, para malinterpretar los sentimientos, la actitud, la decisión política de Rodolfo Walsh en el momento que él escribe esa carta. Cuando nosotros hablamos con Lilia y leemos, porque ella lo ha escrito también, la minuciosidad con la que Walsh preparaba su vida futura, su retirada de lo que podríamos llamar el primer plano del combate, en ese momento, para preparar una resistencia con criterios distintos, de descentralización, de recurso a las pequeñas iniciativas y no a los grandes aparatos;vemos que si había algo que estaba lejos de la intención de Rodolfo Walsh era precisamente el suicidio o la resignación frente a la represión.
Si nosotros vemos que además Rodolfo Walsh, que había vivido como un drama toda su vida, o por lo menos los últimos diez años de su vida, este conflicto entre la literatura y la política; porque la literatura para un escritor lo es todo, y la militancia política para un revolucionario termina siendo todo; y ese es un drama que no se puede resolver, porque no puede haber dos todos, porque se chocan, se desplazan. Y entonces Walsh vivió permanentemente con dolor la imposibilidad de seguir escribiendo. Y entonces cuando vemos que él vuelve a escribir, firma su carta como Carta de un escritor a la Junta Militar, pero además hace planes para seguir escribiendo. Entonces vemos que si había algo que Walsh tenía era ganas de seguir viviendo.
Pero entonces dirán algunos: ¿por qué ese tono casi de despedida que aparece en el final de la carta? Los que se preguntan esto no saben cómo se vivía en aquellos años. No saben lo que es enterarse todos los días de la caída de un compañero, no saben lo que es vivir durante años esperando que haya noticias. Entonces, no ya este monumento literario dirigido por cierto a todo el pueblo argentino y las generaciones futuras, todo lo que se escribía en aquella época tenía el tono dramático de lo que podía ser el último encuentro, la última carta, la última reunión, la última vez que nos veíamos. Entonces en ese sentido también la Carta a la Junta Militar es un gran documento literario, es un gran testimonio de época, porque nos marca cómo vivían, cómo pensaban y cómo sentían como seres humanos, profundamente humanos y profundamente solidarios, los militantes que enfrentaban a la dictadura en aquellos años.
Y Walsh tenía, lo sabemos, más motivos que ninguno. Walsh había sufrido en los últimos meses algunas pérdidas demasiado dolorosas. Hay que leer un breve texto de Walsh, publicado bajo el título de “Diciembre 29”, para saber lo que significó para Rodolfo la muerte de Paco Urondo. No era solamente la profunda amistad, el respeto, la admiración que sentía por el gran poeta argentino; era también una especie de “compinchería”, permítanme decirlo, que sentían dos grandes escritores metidos en una organización revolucionaria que, me animo a decirlo, no siempre valoraba como tenía que valorar a los grandes intelectuales que estaban integrados en ella. Después fue lo peor, fue la desaparición de Vicky, la muerte de Vicky en un enfrentamiento con las Fuerzas Armadas. Una noticia que por supuesto que en un sentido a Walsh no puede haberlo sorprendido, porque estaba entre las posibilidades. Era obvio que quien militaba con el compromiso que lo hacía Vicky podía caer en el combate. Pero hay que leer esa carta a Vicky que, si ustedes me permiten, algo que tal vez no debería hacer, pero quiero recordar que fue sacada de este mismo edificio, fue sacado ese texto por alguien que tenía mucho que ver conmigo en esa época y lo sigue teniendo hoy, que se llama Lila Pastoriza, que sacó ese texto, ese escrito admirable que nos muestra hasta qué limite podía llegar el dolor de Walsh. Y como tantas veces que Walsh recurre a otros testigos, a esa polifonía de voces que hay en sus escritos, para decir cosas que no quiere decir directamente el narrador; ahí, en esa carta a Vicky, aparece un hombre que en un tren hace un dramático reconocimiento de que ya no quiere seguir viviendo. Y dice: “Por un momento, yo me sentí como él”. Pero Rodolfo Walsh, con ese tremendo bagaje de dolor, siguió militando. Y tuvo después otros compañeros muy queridos, en particular una pareja de compañeros jóvenes, que se hacían llamar Pablo y Mariana, a los cuales él había asumido como discípulos, prácticamente, que son también secuestrados poco antes de la caída de Walsh.
Entonces, a Walsh, como a todos, como a las Madres que nos están escuchando y cabecean mientras hablo, preguntándose, o como diciéndome: “Qué nos vas a venir a contar vos de esos dolores, si son los dolores que todavía seguimos teniendo nosotros”. Pero lo importante es cuando se conjuga en una persona primero el gran escritor, el gran artista que pudo darle a todo ese dolor esta forma maravillosa; y, por otro lado, el militante político, con una lucidez tan grande como para entender y describir y tratar inútilmente que otros más soberbios pero menos competentes lo entendieran; ese militante político que siguió siendo uno más hasta el día que murió, porque había elegido ser simplemente el compañero Rodolfo Walsh.
Y entonces hoy, que le rendimos este homenaje, yo quiero decir que los grandes textos, los grandes textos literarios, los grandes textos políticos, se convierten en clásicos porque siempre, en cualquier momento de la historia, tienen algo diferente, algo nuevo, algo más para decirnos. Nosotros leíamos en los 90 la carta de Rodolfo Walsh a la Junta Militar. Y cuando queríamos entender cómo este país podía haber caído tan bajo, cómo podía haber tantos políticos claudicantes y conciliadores, cómo podía ser que se aceptara, a través de los resultados electorales, en el discurso de los medios, en muchos espacios, se aceptaran esas políticas neoliberales, que de alguna manera venían a romper con toda la tradición del movimiento obrero y popular argentino; nosotros leíamos la carta de Rodolfo Walsh y decíamos: “Pero mirá, lo que pasa es que lo que ocurrió en este país fue tremendo”. Entonces, el mismo Walsh sabía, y lo decía, que el impacto de la dictadura iba a ser muy profundo y muy largo. Pero también en un momento, y esto lo van a escuchar dentro de un rato también, en el texto de Lilia, sabía Walsh que en algún momento esto iba a resurgir. Esta historia de mediocridad, de medianía, de abandono de los principios iba a terminar. Pues en el momento de la carta en que él les dice a los miembros de la Junta Militar: “La lucha de ustedes no sólo es todo lo que ya les he dicho antes, criminal, sino que además es vana. No van a conseguir nada. Maten al último guerrillero pero seguirá surgiendo de las entrañas de la sociedad una respuesta, una voluntad de lucha, porque lo que ustedes están haciendo es contrario al interés de la sociedad, a la razón de las mayorías, y entonces no puede perdurar”.
Qué fácil es decir esto ahora. Qué lindo que suena esto ahora, cuando estamos acá en la ESMA. Pero yo me acuerdo, y acá hay algunos y algunas que no me van a dejar mentir, que cuando en el Concejo Deliberante, en el año 1996, quisimos aprobar una propuesta para que se construyera un museo de la memoria, alguien dijo: “¿Y en la ESMA?”. Y nos miramos todos como diciendo: “Este está loco, este no sabe en qué país vive, ¿cómo va a pensar que se puede hacer en la ESMA?, ¿quién le va a sacar la ESMA a los marinos?”. Y hoy estamos en esa ESMA que parecía intocable. Porque no sólo estamos en la ESMA: porque derogamos las leyes de impunidad, porque estamos llevando adelante los juicios, porque tuvimos un presidente que se animó a bajar el cuadro de Videla.Y porque a partir de aquel gesto de Néstor Kirchner, a partir de aquel gesto… Porque ustedes saben que a veces en la política lo simbólico es más importante que todo lo demás. Y si alguna duda teníamos de que esto iba a ser posible, el programa que ya empezaba a esbozarse, de anulación de las leyes, de promoción de los juicios, de recuperación de los sitios de memoria; cuando vimos ese gesto sencillo del presidente que levantaba la mano y le decía: “Aquí hay que bajar ese cuadro”, sentimos que efectivamente algo estaba cambiando y por eso hoy estamos acá.
Y vamos a seguir peleando para estar acá. Porque lo que hizo Néstor Kirchner, lo que esta haciendo Cristina Kirchner, no es otra cosa que hacerse cargo de la bandera histórica del movimiento de los Derechos Humanos en la Argentina. Algunos dicen: “¿Y qué inventó este gobierno?Bueno, está con las Madres y las Abuelas, ¿qué inventó?”. En política, la mayoría de las veces no hay nada que inventar. Hay mucho que se ha hecho y mucho que se ha escrito en la historia argentina. Lo quenos ha faltado es gente que se haga cargo de sus responsabilidades y que recoja y recupere las mejores tradiciones.
Hoy es fácil entonces decir todo esto, pero cuando leíamos en los 90 que “…aunque maten al último guerrillero seguirá resurgiendo…”,bueno, lo creíamos; porque, quién más quién menos, los que estamos acá teníamos una cierta cultura política que nos llevaba a un cierto optimismo histórico al que era imposible renunciar. Pero qué difícil era creerlo en serio. Y entonces hoy, que estamos acá para quedarnos, ponemos la Carta a la Junta militar en el lugar en que tiene que estar, y recuperamos la figura de Rodolfo Walsh, del gran escritor, del gran periodista, del maestro, del compañero Rodolfo Walsh, en este lugar, que es el que le corresponde. Y tenemos la suerte de que esta no es simplemente una actitud de recordación de quienes fuimos sus compañeros, sus amigos, sus compañeros de lucha, los que compartimos un clima de época; porque la Carta a la Junta Militar, si ustedes la leen bien, no es sólo un documento sobre la dictadura; esa sería una visión muy parcial. Rodolfo Walsh dice en esa carta que increpa a los militares porque desde 1955 vienen intentando un proyecto que va en contra de los intereses de las mayorías argentinas. Y porque Rodolfo Walsh, cuando escribe en 1977, cuando trata en esos meses de hacerse entender, para que puedan disminuir de algún modo los costos de esa derrota, está pensado en las generaciones futuras, está pensando en la necesaria reconstrucción del movimiento popular en la Argentina.
Y esta carta es también un documento que nos sirve para pensar el futuro. Y así lo han entendido los jóvenes que hoy toman esta carta no sólo como un documento de denuncia a la dictadura: toman esta carta como un manifiesto, toman esta carta como un programa de futuro, y con esa esperanza, con ese optimismo de saber que en la Argentina de hoy estamos avanzando por el camino correcto, a pesar de las dificultades, de las cuestiones que podamos criticar. Pero al mismo tiempo sabiendo que estamos solamente en el comienzo de una larga lucha, es que nosotros tenemos esta inmensa satisfacción de ver esta vuelta de juventud a la militancia política, y al mismo tiempo la importancia que la figura de Rodolfo y su Carta a la Junta Militar tienen como ejemplo y como programa para esa juventud.
Y, para terminar, hoy antes de venir para acá yo leí muy mal los diarios hoy porque todos quedamos muy agotados, me parece, de la marcha maravillosa del día de ayer. Quiero detenerme en un artículo de Perfil que dice que esto es un desastre, que acá creen los yuyos, no hay nada que valga la pena, está todo arrumbado, no se avanza, no hay recursos, le echan la culpa a Macri. Yo no estoy dispuesto a defenderlo a Macri o a decir que no tiene la culpa, seguramente tiene la culpa, pero lo que quiero decir es que con Macri o sin Macri acá estamos avanzando en la construcción del Espacio para la Memoria.
Me dijeron que Clarín sacó otro artículo. Casualmente después de meses que ninguno de los dos diarios habla sobre la ESMA hoy aparecieron dos artículos más o menos en el mismo sentido. Bueno, me parece que es una buena ocasión, frente a Rodolfo Walsh, frente a todos ustedes, decir que vamos a seguir peleando, que vamos a seguir avanzando en todos los objetivos del movimiento de Derechos Humanos, y en particular que vamos a seguir construyendo aquí este Espacio para la Memoria.
Les confieso, si ustedes me permiten, una pequeña, no jactancia ni mucho menos, pero yo tengo la suerte de estar dirigiendo un espacio, el Centro Cultural de la Memoria, del cual se puede decir todo, menos que no funciona, que crecen los yuyos, que no se hacen cosas interesantes y que no aumenta su convocatoria todos los días. Y veo que lo mismo está pasando en otros lugares. Veo que acá tenemos el Canal Encuentro, veo que a pesar de todas las dificultades el Ecunhi sigue funcionando. Entonces lo que cito simplemente, porque seguramente ustedes conocían esas noticias, es para mostrar que las acechanzas, el hostigamiento, van a seguir. Lo que estamos haciendo en materia de Derechos Humanos en la Argentina de hoy es demasiado importante como para que nos dejen tranquilos. Pero son tantas las satisfacciones, tantos los logros que hemos obtenido desde 2003 para acá, que yo creo que ni cosquillas ya nos hacen esos comentarios. Nosotros seguimos trabajando con el mismo compromiso de siempre. Seguimos trabajando como lo haría Rodolfo Walsh si estuviera, como está, entre nosotros. Muchas gracias.