"La primera vez que vine hacía frío y estaba todo oscuro. Lo que vi fueron las sombras de lo que había. Pero llegué e ingresamos al auditorio tan lindo y ya ahí hubo como otra energía, fue un momento impactante." Horas antes del concierto, Ignacio Guido se mueve con tranquilidad por el Conti. Tras dos presentaciones como pianista de la Orquesta errante (en 2012 y mayo de este año), esta vez se subirá al escenario con el Ignacio Montoya Carlotto Grupo, un septeto que interpreta sus composiciones y fusiona poemas y letras propias con algunos textos ajenos. Piezas que aunque vienen desde hace tiempo cambian de sentido de acuerdo a los nuevos tiempos. Hacía allí entonces, empieza a correr la breve entrevista:
-¿Cómo pensaste el repertorio para esta presentación?
-Es un repertorio que no está pensado para este lugar sino que lo venimos tocando hace un montón. Es la música que yo era antes de quien soy ahora (eso pasa todos los días pero hoy se me nota más la diferencia). Es un repertorio de canciones con aires folclóricos que hablan de diferentes temáticas. Desde cuestiones humanas que son todas casi hasta algunas cosas paisajísticas y que tienen que ver con el lugar donde vivimos.
-El show se presenta con una frase: "Respetar el paisaje que vemos es entender el paisaje que somos" ¿De dónde vienen esas palabras?
-Esa cita es por la búsqueda que yo venía trayendo. Por el arraigo que tengo al lugar donde vivo, que me gusta, me moviliza, me genera conflictos y eso ahora se ha ampliado. El paisaje significa muchas cosas. No solo el paisaje fijo ahí, atrás de la ventana, sino un paisaje de gente. Respetar ese paisaje sigue siendo lo mismo. Respetar lo que somos.
Miércoles 1° de octubre de 2014. La fecha pesa y carga el paso del tiempo. Los años de búsqueda y también el costo de la justicia y la libertad. Ignacio se ubica del lado izquierdo del escenario, tranquilo, casi de espaldas al público, y antes de dar rienda a cada pieza ensaya una pequeña introducción: desde el origen de la letra (cómo la escribió o cómo se encontró con el texto) hasta breves sugerencias interpretativas. Justo a su lado, la encargada de poner las palabras sobre cada acorde, Inés Maddío; al fondo, el sustento rítmico con Nicolás Hailand (contrabajo) y Juan Simón "Colo" Maddío (batería), en el centro, de frente a todo el público, su amigo Valentín Reiners (guitarra), del otro lado del escenario, completan la formación Ingrid Feniger (clarinete) y Luz Romero (flauta). "Una familia arriba del escenario" los llama Ignacio. También hay una familia abajo, entre el público, y se lleva la dedicatoria del concierto. En la primera fila Estela de Carlotto y Hortensia Ardura se dejan llevar por la música de su nieto. Ignacio usa palabras originales para nombrarlas: "naves insignias". Desplegada por todo el teatro, una familia numerosa, muy numerosa, que se multiplica. Todos se emocionan frente al que faltaba, el más buscado, el que volvió después de 36 años para hacerse música y luz en esa parte íntima de la herida y empezar a compartir detalles cotidianos. Hacia afuera, más allá de los rincones de la sala, más allá de Avenida Del Libertador y de cualquier frontera formal, el "nieto de todos", el "114", el que acumula epítetos y transforma un simple concierto de folclore y jazz en un encuentro expansivo. También el que ayuda a seguir reafirmando la lucha impostergable de Abuelas, fortalecida desde 2003 con una política de Estado concreta.
-¿Qué pensás de conceptos como "nieto recuperado" o "nieto de todos"? ¿Cómo entran estas palabras en tu vida y cómo funcionan respecto de la reflexión sobre la identidad?
-Lo difícil ahora en mi vida es separar lo público de lo privado, lo superficial y superfluo o medianamente superfluo de lo verdaderamente genuino. Yo siempre fui yo. Con otro nombre si querés pero siempre fui la misma persona. La música siempre ha sido la misma y ahora compongo más o menos lo mismo. La categoría en la que te ponen es algo que lo hacen los de afuera, con el mejor cariño, pero es una cuestión simbólica que está en lo público,que existe -y no lo puedo negar- pero está en lo simbólico. Ahora viene todo lo que es de verdad y lo que es de verdad hay que respetarlo muchísimo. Tengo que pensar cómo hacer para que esta identidad siga siendo un equilibrio entre lo que venía, lo que hay y lo que habrá.
El encuentro transcurre entre el silencio, la emoción, la perplejidad y la risa. La música debe dialogar con los simbolismos y las expectativas para volverse real. Sí, por supuesto, es mucho más que un concierto pero también es tan solo eso: siete músicos en comunión con un auditorio colmado por más de 500 personas, un plantel de cámaras apostado por todas partes, el respeto de los flashes. Todos los protagonistas entienden que tienen que hacer las cosas bien como en una celebración propia. Ignacio Montoya Carlotto habla de sus amigos, se dedica a su compañera, ubicada entre el público, se divierte al enunciar su vida como anécdota colectiva. Vuelve al piano, activa la voz de Maddio como un silbido suave, el contrabajo agarra el espectáculo por el mango y enrarece la atmósfera. Es una hora y media de pura experiencia. La vibración también llega desde más lejos.
-Seguramente ahora vas a dar shows para públicos más multitudinarios y tal vez antes, por el tipo de música que venías haciendo, costaba un montón. ¿Qué pensás sobre este cambio?
-Es una situación que me llena de conflictos. Pensar que quizás ahora va a haber un público mayor para la misma música que ya venía haciendo. ¿Por qué antes no había y ahora sí? Me cuestiona el rol de la difusión de la música. Pienso en eso y no en la música en sí porque sé que es lo más sincero para decir ahora. Esta música es la música que soy.
Cuando el show termina, Ignacio Guido no se queda para que los periodistas lo rodeen en busca de un título. Ya hubo tiempo para eso antes con una conferencia de prensa donde respondió sobre educación, política, identidad, incluso sobre pasiones deportivas. Ahora se retira junto a sus compañeros, después de cumplir su trabajo, el ejercicio de su lugar en el mundo. "El rol de la música para mí es la identidad que encontré antes de saber quién era. Me ha condicionado, me ha conmovido y me ha direccionado en cada una de las decisiones que he tomado. La música es un eje sin el que sería mucho menos de lo que soy. La música me lleva a hacer otra cosa. Me impulsa, me obliga, me alienta, me hace crecer. La música es una especie de quimera para mí. Creo que es una manera de cambiar el mundo. Hoy mi manera de cambiar el mundo es a través de una canción", Ignacio reflexiona y suelta un manifiesto de vida. Es fácil hablar con él, les potencia el sentido a las preguntas, busca respuestas bien adentro con mucha velocidad y logra transmitir en planos numerosos.
-¿Cómo vinculás el arte con la memoria?
-El arte es una cadena de memoria. El arte no se circunscribe fuera de la historia del arte. Y la historia es una manera de escribir memoria también. Lo que pasa es que en el arte la historia siempre se escribe bien. Porque no hay ganadores ni perdedores, no hay vencidos. Es el arte, es la música que perdura, la pintura que perdura, que pasa, que conmueve y eso queda. El arte y la memoria para mí son la misma cosa. Podríamos olvidarnos todo pero si nos acordamos las canciones, cómo pintar, cómo sacar fotos, cómo escribir libros seguiríamos siendo la misma humanidad. Estaría bueno que nos olvidáramos de todo, que nos quede eso y que nos olvidemos de cómo construir armas, de cómo reprimir, de cómo ser unos hijos de puta. Y sin embargo, a veces nos acordamos más de eso. La manera de hacer perdurar la memoria a través del arte es la manera que tenemos de mejorar la situación humana en este mundo.