Interesado en explicar que el exterminio de los judíos no provocaría ninguna reacción, Adolfo Hitler decía con desparpajo: ¿Acaso alguien se ha preocupado por el genocidio armenio? Por estremecedora que la expresión resulte, debemos aceptar que, en su momento, no le faltaban razones. Había transcurrido un cuarto de siglo desde que las tropas turcas iniciaran las matanzas y la comunidad internacional mostraba su impotencia para condenar los hechos y establecer responsabilidades.
En el convulsionado escenario de entreguerras, no se asignó a la muerte de un millón y medio de armenios la significación debida. Más tarde, las revelaciones sobre el Holocausto del pueblo judío ofendieron las conciencias del mundo occidental. Sin embargo, esta mayor sensibilidad hacia el horror planificado no llevó de inmediato al reconocimiento del genocidio armenio. Demasiado poderoso frente a la pequeña Armenia, el Estado turco presionaba a las naciones para sostener la negación del genocidio.
En Argentina, donde una numerosa comunidad armenia mantuvo siempre la memoria, el retorno a la democracia permitió iniciar un camino que llevaría finalmente al reconocimiento del genocidio. En enero de 2007 se declara el 24 de abril como Día de acción por la tolerancia y el respeto entre los pueblos. La sociedad argentina, que comienza a mirar con ojo crítico su propia historia, comprende -cada vez más- que no existe argumentación ninguna que pueda justificar la anulación de los derechos que corresponden a todos los seres humanos.