¿Quién escribe en los muros?
¿Quién inventa los chistes?
¿Quién sella los refranes?
Fabio Morábito
Cuando la pantalla se enciende, asoma febril el reverbero; murmullos, señales y rayos catódicos que atraviesan los cuerpos y se imprimen en la imaginación hasta hacerla acoplar. Un cielo eléctrico donde los fuegos artificiales suben, explotan y desaparecen. Los ojos empañados por el humo y la entropía. ¿qué queda adentro de la cabeza cuando el lenguaje se retira? ¿de qué naturaleza es el viento que arrastra este torrente de unos y ceros y lo sella contra los muros? ¿es posible leer las alcantarillas y a la vez sonreir?
Estas paredes son el resultado de dos paradojas: en primer lugar, volver sólido aquello que está destinado a desaparecer, a ser olvidado. Darle cuerpo a lo sin nombre. Una paradoja que a la vez se transforma en parodia. En este sentido ¿cómo funcionan estos discursos –estas imágenes que irrumpen en la cotidianeidad para sacarnos una sonrisa o una mueca junto a estos mensajes envenenados que pueblan los foros de los medios digitales- cuando son mudados de sus territorios hacia un nuevo contexto? ¿cómo dialogan entre sí? ¿puede un mensaje de odio transformarse en un poema? ¿el humor puede narrar la historia? ¿dónde está la otredad? ¿qué tan lejos de un nosotrxs anidan esas voces que siniestras se revelan desde el anonimato?
De estas preguntas se desprende la segunda paradoja: la tensión entre el espacio público y el espacio privado. ¿es posible intervenir publicamente desde la soledad? ¿puede haber palabra política, sin cuerpo, sin comunidad, sin sanción incluso? ¿cómo opera ese lenguaje subterraneo? ¿los discursos violentos se erigen desde el subsuelo hacia la superficie o esta última los legitima para que fermenten y en algún momento futuro florezcan con más fuerza?
Frente a la falta de respuestas, un posible panorama: por un lado, la catarsis violenta como forma de canalizar la desesperación, la imposibilidad de decir yo ante al bombardeo permanente del lenguaje del poder instalado en las conciencias como un virus. Deshumanizarse para deshumanizar. Por otro, el goteo permanente de lo absurdo. El humor como modo de resistir, de clavar las uñas en el barro para revelar un pequeño tallo, de pensar. El humor también como forma de la paciencia, de la observación y por qué no, de cierta distancia conformista. Las dos caras del caos, de los murmullos que nunca se detienen. Detrás del lenguaje, lo siniestro. “Lo prometido es deuda”, la realidad adaptada a una frase hecha y las mismas preguntas que ya son otras: ¿de qué color son los escombros cuando las pantallas se apagan? ¿qué queda adentro de la cabeza cuando el lenguaje se retira?
Diarios del Odio
Todos los días en las versiones electrónicas de los principales diarios de la Argentina los lectores se encuentran habilitados para opinar libremente sobre las noticias. “Diarios del odio” se basa en estos comentarios de lectores. Algunas de sus palabras y frases están escritas con carbonilla en las paredes del Conti.
Los fragmentos elegidos rastrean específicamente aquellos núcleos discursivos donde se produce la deshumanización de sectores enteros de la sociedad argentina. La construcción del otro como objeto del odio extremo busca definir a determinadas personas como un excedente social. Mierda, KK, basura, desperdicio, son algunas de las metáforas que convierten al otro en un excremento que el cuerpo social debe expulsar. Esta visión organicista de la sociedad también aparece cuando se utilizan los términos médicos como cáncer, infección o gangrena que han de ser extirpados.
Sin embargo todo odiante necesita de su objeto ya que define su identidad por relación con lo odiado. Así vemos que los comentaristas se perciben argentinos por relación al bolita, al paragua, al perucho. Se perciben blancos en tanto denigran a los que llaman negros, hombres en cuanto destituyen a la mujer, educados en la medida que estigmatizan a los ignorantes. Se sienten clases medias porque detestan a los pobres. Y siempre es posible imaginar a alguien más pobre.
Estas observaciones no señalan nada nuevo. Incluso puede pensarse que los comentarios seleccionados de los diarios no son más que exabruptos anónimos. Es posible que no revistan mayor importancia. Sin embargo no debe olvidarse que las masacres fueron precedidas por elaboraciones discursivas deshumanizantes, que no fueron escuchadas en su momento.
Roberto Jacoby y Syd Krochmalny
Memes: La imaginación en red
La campaña electoral ha sido intervenida desde una diversidad de acciones, colectivas e individuales, firmadas y anónimas, produciendo un notable enriquecimiento de la crítica política, aun cuando muchas de esas intervenciones no se tradujeron en debates articulados textual o verbalmente.
Una asombrosa y numerosa cantidad de montajes, videos, memes, intervenciones sobre afiches callejeros, etc., muestran además de un notable ingenio popular, una nueva visualidad que penetra los discursos políticos.
El carácter efímero de muchos de ellos y su condición fragmentaria dificulta una mirada de conjunto que permita percibir la inventiva popular y su filo crítico, analítico. Por eso esta muestra.
En estos años aprendimos a reírnos mientras soportábamos. Estos memes fueron parte de las estrategias dispersas, colectivas, satíricas, inorgánicas que nos ayudaron a ampliar el debate político y a sobrellevarlo. Expresaron de algún modo una nueva dimensión democrática: la generación de discursos e inteligibilidades sobre la situación desde múltiples voces, experiencias e inteligencias. “El humor es una forma amable de la desesperación” escribió hace tiempo René de Obladía, dramaturgo y poeta francés.
Crear memes, compartirlos o tan solo mirarlos y sonreír ayuda a quebrar muros de poder, a visibilizar lo que busca ser naturalizado, a proponer debates, a informarse, a disputar sentidos.
Imágenes sumadas a textos, montajes, resignificaciones que condensan, señalan y alertan son también parte de un lenguaje de época. Hechos de palimpsestos en tiempos de internet son invenciones que implican la recombinación de elementos ya existentes. Retoman de algún modo algo de las mejores tradiciones del fotomontaje político a lo John Heartfield o Marta Rosler, de la sátira política, de las consignas breves pintadas en los muros del mundo entero luego del Mayo Francés. Mezcla de géneros, citas a la cultura popular, saberes compartidos, imaginación en tiempos de redes. Juntarlos, detenerlos, sacarlos de la velocidad y la coyuntura, colgarlos en nuevos muros es una forma de homenajear esa creatividad compartida y hacerla perdurar.