El neoliberalismo ha dominado la escena política, social, económica y cultural desde el golpe de Estado de 1976. En poco más de cuarenta años se ha presentado bajo diversos rostros y ropajes, repitiéndose y agiornándose, de forma brutal y de manera sutil, en versión autoritaria y democrática pero siempre con un mismo objetivo: la instrumentación de un conjunto de políticas regresivas que implicaron la planificación de la miseria de la mayoría de la población.
En los tres casos (1976-1983; 1989-2001 y 2015-2019) se apuntó a extirpar del cuerpo social −tanto material como simbólicamente− el ideario redistributivo, a eliminar una memoria de bienestar, de conquista y ampliación de derechos presente en nuestra sociedad, sedimentada a lo largo del tiempo a través de las experiencias nacional-populares.
Mediante prácticas y discursos, el neoliberalismo ha sido eficaz en la instalación de un imaginario social que, por un lado, articula una retórica antiestatal, desindustrializadora, de “apertura al mundo”, signado por el endeudamiento externo y las políticas “de crecimiento” digitadas desde los organismos internacionales como el FMI y el Banco Mundial, y, por el otro, condena cualquier tipo de organización, deslegitima toda acción colectiva y afirma la existencia de un individuo, de un sujeto egoísta por naturaleza, que orientaría todas sus acciones, sus comportamientos a satisfacer sus deseos primarios, sus intereses individuales, despojado absolutamente de cualquier proyecto de sociabilidad.
El extendido anhelo del “cuentapropismo” y la “plata dulce”; de la “rentabilidad” y la “capitalización individual”; del “emprendedurismo” y de la “meritocracia” fueron, en cada etapa, la expresión de una pulsión egoísta, consumista y dolarizada que marcó progresivamente el penoso recorrido del Estado al Mercado, del destino colectivo a la realización personal, de la solidaridad al “sálvese quien pueda”, del “nosotros” al "yo".
Nuestro país le ha puesto freno a la restauración conservadora. Sin embargo, la persistencia y pregnancia de los valores del neoliberalismo en amplios sectores sociales y la radicalización de las estrategias para instrumentarlo (fake news, lawfare, el rebrote golpista en Bolivia, la represión en Chile y Colombia...) nos obliga a profundizar la comprensión y disputa del "sentido común" que lo sostiene y a tener presente la máxima benjaminiana que, una vez más, relampaguea en momentos de peligro.
