Ir a contenido principal

Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti

Instrumento de poesía
CINE MUDO Y POESÍA

Instrumento de poesía

#ContiLiteratura propone nuevos cruces posibles entre el cine mudo, la declamación de poemas y el sonido ambiente.

¿De qué modo la imagen del poema se resignifica en la pantalla, se dialectiza con el poder de las luces? Así como el cine mudo sigue siendo una plataforma infinita para la composición instrumental, la ejecución en vivo, la reescritura permanente de las atmósferas y la tensiones, aquí el foco está puesto en aquello que tanto las imágenes visuales como el poema no dicen y sin embargo dejan pendiente.

Un poema es en su doble potencia. Ser imagen y ser metáfora, lo que es y lo que se evoca. Un diálogo abierto, un accidente que se instala en el silencio.

A uno que murió en la aurora

Imágenes de Histoire du soldat inconnu (Henri Storck, 1932)
Poema: Il y a (Guillaume Apollinaire, 1918)
Música: The Hive (Kevin MacLeod)
Edición y voz: Martín Monsalve
Producción general: Conti Literatura

Hay un barco que se ha llevado a mi amada.

Hay en el cielo seis salchichas que llegada la noche diríase que son larvas de las que nacerán las estrellas.

Hay un submarino enemigo que odiaba a mi amor.

Hay mil pequeños abetos quebrados por los cascos de los obuses estallados a mi alrededor.

Hay un soldado que pasa cegado por los gases asfixiantes.

Hay que lo hemos destrozado todo en las trincheras de Nietzsche, de Goethe, y de Colonia.

Hay que languidezco por una carta que se demora.

Hay en mi cartera varias fotos de mi amor.

Hay los prisioneros que pasan con una expresión de inquietud.

Hay una batería cuyos artilleros se agitan alrededor de las piezas.

Hay un cabo cartero que llega al trote por el camino del árbol aislado.

Hay dicen un espía que ronda por aquí invisible como el horizonte con el cual se ha indignamente vestido y con el cual se confunde.

Hay erguido como un lirio el busto de mi amor.

Hay un capitán que espera con ansiedad las comunicaciones de la TSF sobre el Atlántico.

Hay a medianoche soldados que sierran tablas para los ataúdes.

Hay mujeres que piden maíz a los gritos delante de un Cristo sangrante en México.

Hay la corriente del Gulf Stream tan tibia y tan benéfica.

Hay un cementerio lleno de cruces a cinco kilómetros.

Hay cruces por todas partes aquí y allá.

Hay higos de Barbaria en esos cactus de Argelia.

Hay las largas manos suaves de mi amor.

Hay un tintero que yo había hecho con una espoleta de quince centímetros y a la que no dejaron partir.

Hay mi silla de montar expuesta a la lluvia.

Hay los ríos que no remontan su corriente.

Hay el amor que me impulsa con dulzura.

Hay un prisionero alemán que llevaba su ametralladora a cuestas.

Hay hombres en el mundo que nunca estuvieron en la guerra.

Hay hindúes que miran asombrados las campañas occidentales.

Piensan con melancolía en aquellos a quienes no están seguros de volver a ver.

Porque se ha llevado muy lejos en esta guerra el arte de la invisibilidad.

«Il y a»

Guillaume Apollinaire (1918)

«Fantasmas»

Imágenes de Monsieur Fantômas, (Ernst Moerman, 1937)
Texto: «Prosa erótica N°11» de Marosa di Giorgio (Lumínile, Rosa Mística, El cuenco de plata, 2014)
Música: Nicolás Blum (temas: Cuatro notas y El tren de las seis)
Edición y voz: Denise Fernández
Producción general: Conti Literatura

Era terrible. Pero, habíamos pasado a vivir en la Prehistoria. Mi madre decía: Pero ¿cómo vinimos a dar a Esta Chacra!...

Y ponía en esas palabras un acento inimitable.

Teníamos miedo de que entrara un río a la cueva o algún animal.

Volaban unos gigantescos caballos fulgurantes. Tenían diversos focos prendidos; en la cola y por el lomo.

Hacían estrépito. Cuando se unían en lo alto llovían piedras preciosas.

Recordábamos la vida anterior a través de neblinas. Mi hermana, mi padre, abuelos y demás familiares.

Nos había tocado a mi madre y a mí mudarnos a la Prehistoria!

Entretanto se acercó la edad de desovar, de fornicar y de empollar.

Mi madre hacía que no veía, pero hasta en sueños tenía inquietud.

Yo seguía ayudándola a encontrar huevos, que partíamos con una piedra hasta que saltara la yema, verde tal la hierba. Y también comíamos de una flor: crecía grande como una campana, como una sábana, como una carpa. La picoteábamos a toda hora.

Acepté a un ser no muy grande; me husmeaba desde las primeras menstruaciones. Era color zafiro, sombrío, informe, con forma de cono.

Recuerdo el día inicial, cuando nos metimos en el hueco de un tronco, y nos enlazamos a copular.

Mi madre, a lo lejos, daba un silbo.

Era una copulación profusa, infinita. Pasamos horas así y días. Yo daba a entender que seguiría toda la vida, así. Eso deseaba.

Pero, una mañana, él se desprendió de a poco, descendió del árbol y rápidamente, quedó pequeño, del tamaño de un dedal, y vi cómo se escondía adentro de la tierra. Sin salir jamás.

«Prosa erótica N°11»

Marosa Di Giorgio (2014)

Parábola al atardecer

Imágenes: Meshes of the afternoon (Maya Deren, 1943).
Texto: Parábola de la paloma de Louise Glück (del libro Praderas, Pre-Textos, 2017).
Música: Nicolás Blum
Temas: 11.02.85 y Noche para Satie
Voz: Isabel Hidalgo

Una paloma vivía en una aldea.
Cuando abría la boca
solo emitía dulzura, un sonido
como una luz plateada alrededor
de la rama del cerezo. Pero
la paloma no estaba satisfecha.

Veía a los aldeanos
congregarse a escuchar bajo
el árbol en flor.
No pensaba: estoy
más alta que ellos,
quería andar entre ellos,
experimentar la violencia del sentimiento humano,
en parte para mejorar su canción.

Así que se transformó en humana.
Halló pasión, halló violencia,
al principio mezcladas, luego
como emociones separadas
y estas no estaban
restringidas por la música. Así que
su canción se transformó,
las dulces notas de su deseo de humana
agriadas y achatadas.
Entonces
el mundo retrocedió; la mutante
cayó del amor
como de la rama del cerezo,
cayó manchada con la sangrienta
fruta del árbol.

Así que es verdad después de todo, no solo
una regla del arte:
cambia de forma y cambiarás tu naturaleza.
Y es esto lo que nos hace el tiempo

Parábola de la paloma

Louise Glück

Arachné o la locura

Imágenes: «Una página de locura» [Kurutta ippêji] de Teinosuke Kinugasa (1926)
Texto: «Arachné», de Marcel Schwob (1891).
En Antología del Decadentismo (Buenos Aires, Caja Negra 2007, Versión de Claudio Iglesias)
Música: Music for shadows de Jaan Patterson (2015) - Taishikich_Chshi de Kokusai Bunka Shinkokai (1942) - Alloys Out Cold de Snawklor (2009)
Edición y voz: Martín Monsalve
Producción general: Conti Literatura

Ustedes me llaman loco y me han encerrado aquí, pero yo me río de sus precauciones y de sus terrores, ya que seré libre cuando yo quiera; huiré lejos de los guardias y de las rejas andando el hilo de seda que me lanzó Arachné. Pero aun no llegó la hora -falta poco, sin embargo; mi corazón va apagándose lentamente, mi sangre palidece. Ustedes, que ahora me creen loco, pronto me creerán muerto, y yo estaré colgando del hilo de Arachné, columpiándome más allá de las estrellas.

Si estuviera loco, no tendría una conciencia tan clara de lo que ha ocurrido; no recordaría con tanta nitidez lo que ustedes llaman mi crimen, ni los alegatos de sus fiscales, ni la sentencia de su juez cobrizo. No me reiría de los informes de sus médicos ni vería a través del techo de mi celda el rostro lampiño, el saco negro y la corbata blanca del idiota que me declaró inimputable. No... no lo vería, pues los locos no tienen ideas precisas; en cambio, yo sigo mis razonamientos con una lógica tan rigurosa y una claridad tan extraordinaria que me sorprendo a mí mismo. Y los locos sienten dolor en la parte superior del cráneo. Los desgraciados creen que columnas de humo les brotan remolineando del occipucio, mientras mi cerebro es tan ligero que a veces me parece tener la cabeza vacía. Las novelas que he leído, y que solían provocarme placer, las abarco ahora de un golpe de vista y las juzgo en su exacto valor, descubriendo cada defecto de composición, mientras la simetría de mis invenciones es tan perfecta que ustedes caerían desmayados si yo se las expusiera.

Pero los desprecio a ustedes infinitamente; no sabrían comprenderme. Sólo les dejo estas líneas como último testimonio de la inmensa sorna que me inspiran y para que vean su propia locura cuando encuentren mi celda vacía.

Ariane, la pálida Ariane junto a quien he sido encontrado, era bordadora. He ahí la causa de su muerte. He ahí, también, la causa de mi salud. Yo la amaba con una pasión intensa. Era morocha de piel y ágil con los dedos. Sus besos eran puntazos de aguja; sus caricias, bordados palpitantes. Pero las bordadoras llevan una vida tan liviana y tienen caprichos tan inconstantes que quise que abandonara su oficio. Ella se resistió, y yo me exasperé al ver a los jóvenes engominados y melindrosos que la acechaban a la salida del taller. Mi furia era tal que me forcé a sumergirme de nuevo en los estudios que me habían hecho feliz.

Me obligué a examinar el vol. XIII de las Asiatic Researches, publicado en Calcuta en 1820. Maquinalmente comencé a leer un artículo sobre los Phansigar, el cual me llevó, a su vez, a los Thugs.

El capitán Sleeman ha escrito profusamente sobre los Thugs. Pero fue el coronel Meadows Taylor quien develó el secreto de su modo de asociación. Estaban unidos entre sí por lazos misteriosos y servían como domésticos en casas de campo. Al caer la tarde, narcotizaban a los patrones con una decocción de cáñamo. De noche, trepando a lo alto de los muros, deslizándose a través de las ventanas abiertas a la luna, estrangulaban silenciosamente a los dueños de casa. Las cuerdas que usaban también eran de cáñamo, con un gran nudo practicado a la altura de la nuca para matar más rápido. Así, mediante el cáñamo, los Thugs anudaban el sueño a la muerte. La planta que da el haschich, con el cual los ricos los embrutecían -como con el alcohol y el opio-, era el medio de su venganza. Entonces se me ocurrió inmediatamente que, castigando a mi bordadora Ariane con la seda, la ataría a mí en la muerte, por toda la eternidad. Y esta idea, incuestionablemente lógica, se convirtió en el objeto resplandeciente de todos mis pensamientos. No pude resistirme. Cuando ella apoyó su cabeza sobre mi cuello para dormirse, le pasé alrededor de la garganta, con mucho sigilo, una cuerda de seda que había tomado de su costurero. Y, estrechándola lentamente, bebí su último aliento en su último beso.

Así nos han encontrado, boca contra boca. Y han creído que yo estaba loco y que ella estaba muerta. Pero ignoran que ella está siempre conmigo, eternamente fiel, pues ella es la ninfa Arachné. Día tras día, aquí, en mi celda blanca, ella se me aparece en la forma de la araña que teje su tela arriba de mi lecho, pequeña, morocha y ágil con las patas.

La primera noche, bajó hasta mí a lo largo de un hilo; suspendida sobre mis ojos, bordó alrededor de mis pupilas un encaje sedoso y oscuro con reflejos tornasolados y flores luminosas de color púrpura. Y en seguida sentí junto a mí el cuerpo nervioso y rollizo de Ariane. Me besó el pecho, a la altura del corazón, y grité de dolor. Nos abrazamos largo rato, sin decirnos nada.

La segunda noche, extendió sobre mí un velo fosforescente salpicado de estrellas verdes y círculos amarillos, recorrido por puntos brillantes que se disparaban y jugaban entre sí, que aumentaban y disminuían de tamaño y titilaban en lo lejano. Y, arrodillada sobre mi pecho, me tapó la boca con la mano; en un largo beso al corazón me mordió la carne y succionó mi sangre, hasta llevarme al vacío del anonadamiento.

La tercera noche me vendó los párpados con una gasa de seda mahrata en la que bailaban arañas multicolores de ojos centelleantes. Me cerró la garganta con un hilo infinito. Violentamente llevó mi corazón a sus labios, atravesando la herida. Entonces se deslizó por mis brazos, hasta llegar a mi oreja y murmurarme: "soy la ninfa Arachné".

Claro que no estoy loco. He comprendido que mi bordadora Ariane era una diosa mortal, y que fui elegido por el destino para salvarla del laberinto de la humanidad por medio de su hilo de seda. Y ella me agradece que la haya liberado de su crisálida humana. Con mucho cuidado envolvió mi corazón, mi pobre corazón, en su hilo viscoso, anudándolo con mil nudos. Todas las noches estrecha las costuras entre las cuales ese corazón humano se reseca como el cadáver de una mosca. Eternamente unido a Ariane quedé al estrangularla con su hilo de seda. Y ahora Araché me enlazó a ella para toda la eternidad al atarme el corazón.

Por ese puente misterioso visito a medianoche el Reino de las Arañas, cuya reina es Arachné. Me es necesario atravesar ese infierno para poder columpiarme, luego, bajo la luz de las estrellas.

Las Arañas de los Bosques andan allí con ampollas luminosas en las patas. Las Migalas tienen ocho terribles ojos brillantes; con sus pelos hirsutos se me vienen encima en los recodos de los caminos. A lo ancho de los pantanos en los que tiemblan las Arañas del Agua, sobre sus inmensas patas de Segadora, soy arrastrado a los valses vertiginosos que bailan las Tarántulas. Las Epeiras me acechan desde el centro de sus círculos grises atravesados de rayos, y fijan en mí las innumerables facetas de sus ojos, fascinándome como un juego de espejos para cazar alondras. Al recorrer los bosquecillos, telarañas pringosas me hacen cosquillas a lo largo del cuerpo; monstruos peludos de patas rápidas me esperan, agazapados en la espesura.

La reina Mab es menos poderosa que mi reina Arachné, que puede hacerme rodar en su carro maravilloso que avanza a lo largo de un hilo. Su tórax está hecho del duro caparazón de una gigantesca Migala adornada de cabujones de mil facetas entallados en sus ojos de diamante negro. Sus ejes son las patas articuladas de una Segadora gigante. Sus alas transparentes, atravesadas por nervaduras rosáceas, la elevan golpeando el aire con su rítmico batir. Nos columpiamos durante horas; luego me desvanezco, agotado por la herida de mi pecho en la que Arachné hurga sin cesar con sus labios puntiagudos. En mi pesadilla veo, inclinados sobre mí, vientres cargados de ojos innumerables y huyo de patas rugosas llenas de hilo muy fino.

Ahora siento con claridad las dos rodillas de Arachné que se deslizan sobre mi pecho y escucho el gorgor de mi sangre que asciende hasta su boca. Pronto mi corazón será un residuo; así quedará encerrado en su prisión de hilos blancos, y yo huiré, a través del Reino de las Arañas, hacia el entramado deslumbrante de las estrellas. Por la cuerda de seda que me tendió Arachné escaparé con ella, dejándoles a ustedes, pobres locos, un cadáver descolorido con un mechón de cabellos rubios que el viento de la mañana hará estremecer.

Arachné

Marcel Schowb

[Publicado originalmente en Cœur double (1891)].

¡Seguí todas nuestras actividades en las redes!