Hay algo inquietante que sobrevuela las páginas de Fresias de octubre (partes de enferma) ¿Cómo puede ser que la enfermedad nos haga más fuertes? Entre la rabia y el humor, la dulzura y la vitalidad, nos adentramos en el recorrido de una mujer exhausta por la desidia de un personal médico que a veces pierde de vista que está tratando con seres humanos.
Sin embargo, ante la maraña neoliberal en donde la medicina se ha trocado en un producto más, surge una voz que relampaguea con fiereza y emotividad. Una voz amparada en la vibración y el ostinato del bel canto, que recupera una tradición –la de la ópera- que ensambla épica y estética. Es el resguardo de una educación sentimental que frente a las turbulencias de la existencia impone su garra y da batalla.
En una de las citas, Graciela Perosio rescata a la Marguerite Duras de Escribir: “No se puede escribir sin la fuerza del cuerpo. Hace falta ser más fuerte que uno mismo para abordar la escritura, hay que ser más fuerte que lo que se escribe”. Desde el inicio de este valiente libro, una escritura impetuosa y sabia desentraña los padecimientos de un cuerpo que –con esa fuerza que prodiga Duras- desafía los embates. De la enfermedad. De la indiferencia. Y para acariciar otros aires, nos obsequia la plenitud de las flores y sus perfumes.
Y están las voces. La de la madre, que le atribuye un destino de escritora por su frondosa imaginación y desconcertante ingenio. Y están las de las amigas, que le dicen que debe escribir sobre la enfermedad. ¿La escritura como deber? No. Más que un mandato, la capacidad alentadora de mitigar dolores. Quizá sea la irrupción del coro de la vida donde se mece el canto de las sirenas de la muerte.
Gustavo Álvarez Núñez
Editorial: El jardín de las delicias