Un fierro
Los mecanismos y las tecnologías de la represión revelan la índole misma del poder.
Pilar Calveiro
En 1963, Ford sacó al mercado argentino el Falcon, un auto compacto con capacidad para seis pasajeros y que sería el más vendido en seis de los veinte años siguientes. Durante la última dictadura –y desde algunos años antes–, el Falcon fue usado como vehículo de movilización por patotas militares y policiales para sus operativos de asesinato, secuestro, traslado y desaparición. En un decreto de 1977, el entonces ministro del Interior Albano Harguindeguy dio la orden de adquirir noventa unidades verdes para equipar a las policías provinciales, con la instrucción de que no fueran identificables. Es decir, que fueran autos privados, de particulares, para civiles: autos nacidos para operativos ilegales.
Las líneas de este vehículo son retomadas por dos obras –distantes, complementarias–. La instalación Autores ideológicos (AAVV, 2006) deconstruye a tamaño real un Falcon. Sus partes, desarmadas, fueron recombinadas de modo sutilmente dislocado: hacia arriba, hacia los costados, y permiten transitar a lo largo del coche, ver por dentro los detalles de su esqueleto. Por su parte, Falcón verde (2009) de Guillermo Forchino imagina en espuma y resina de poliuretano los rasgos caricaturescos de un grupo de tareas trasladando a una víctima luego de su secuestro. Hay enorme distancia entre la escala a tamaño real y la impronta material de la primera obra, y la figuración satírica de la segunda –cifrada además en esa semi oculta mancha rojo sangre–. Pintadas de blanco, ambas coinciden, sin embargo, en irrumpir el continuum del mundo para hacerlo extraño.
Disecar o configurar la tecnología del Falcon arma caminos posibles para desentrañar el pasado. Desplegar el cuerpo de su máquina mecánica o dejar en evidencia su promesa campechana, familiar y macabra –de fierro– revela algo de la índole de este dispositivo.